jueves, 26 de julio de 2012

El Cauca, síntoma del agotamiento de la Unidad Nacional y desafío para el movimiento popular

“No puede observarse la lucha de clases a través de los vitrales de una catedral, ni a través de las leyes de los capitalistas”
(William “Big Bill” Haywood, 1910)

“Chen Gen Kat Pat, Men Se Yon Sel Wout Li Fe”
(El perro tiene cuatro patas, pero puede ir sólo en una dirección. Proverbio haitiano)

Sin lugar a dudas que la afirmación de Marx de que “Todo lo sólido se desvanece en el aire” cae como anillo al dedo al régimen presidido por Juan Manuel Santos, que hace un año parecía casi inexpugnable, la maquinaria de consenso más impresionante que había vivido Colombia desde la instauración del Frente Nacional en 1958. Hoy, el santismo está acosado por las múltiples crisis del sistema de salud y educativo, por fuertes diferencias en su seno que han resquebrajado la Unidad Nacional, por el descrédito generalizado de las instituciones y una falta de credibilidad ante una población frustrada a la cual se le prometió mucho, sin que ninguna de las propuestas demagógicas hayan sido hasta ahora implementadas de modo sustancial. Ni en el campo de la restitución de tierras, ni en el campo de las víctimas, ni en el campo de la paz, ni mucho menos en el campo de la “prosperidad” el gobierno ha cumplido en lo más mínimo. El régimen ha comenzado a enfrentar un desgaste generalizado, a la par que el ciclo de luchas populares abierto a finales del 2008, ha seguido acumulando fuerzas: dos victorias para el campo popular, como son la derrota de la reforma al sistema educativo a fines del año pasado, y la derrota a la reforma a la justicia por una ola de indignación ciudadana hace apenas unas semanas, son prueba de ello. A su vez, el fracaso de la Marcha Guerrerista de Diciembre del 2011, con la cual se pretendía alinear el consenso de la población en torno al escalamiento del conflicto, son prueba del creciente agotamiento de la Unidad Nacional como fórmula de gobierno. La actual agitación en el Cauca plantea otro escenario importante de la crisis que enfrenta el régimen santista. 

La realidad del conflicto en el Cauca
Con el asesinato del comandante fariano Alfonso Cano, en Chirriadero, Norte del Cauca, en Noviembre del 2011[1], la oligarquía pensó que “el fin del fin” estaría cerca, que el Cauca se “pacificaría” y que la guerrilla, desmoralizada, se desmovilizaría a raudales. En realidad nada de eso ocurrió, y antes bien, una victoria militar del régimen se convirtió en una derrota política, pues pareciera que, como han afirmado varios guerrilleros, la muerte de su máximo comandante reforzó su moral y convicción. Tal pareciera ser la conclusión lógica que se desprende del escalamiento del conflicto en el Cauca, particularmente en el Norte y en el Oriente del Departamento[2]. Desde comienzos de Julio, ha habido una seguidilla de hostigamientos y enfrentamientos en toda la zona del Norte del Cauca: Toribío, Jambaló, Caloto, Corinto, Argelia. Un comunicado de la Columna Jacobo Arenas de las FARC-EP, fechado el 12 de Julio, plantea que en los pasados 12 días desarrollaron 32 acciones militares en el Norte del Cauca[3], lo cual demuestra la renovada capacidad de acción de la insurgencia y la eficiencia político-militar de la estructura adelantada por Alfonso Cano antes de su asesinato. La estrategia insurgente en el Cauca, que se extiende por todo el país y es parte de las orientaciones del movimiento guerrillero desde el 2009, se basa en la “utilización de los accidentes geográficos para sorprender al enemigo, el camuflaje en todas sus formas imaginables y el ataque permanente como mejor estrategia defensiva han permitido a los insurgentes mantener una iniciativa feroz en la región. Como repiten una y otra vez los generales, son grupos muy pequeños que hostigan día y noche a la tropa (…) El impacto sobre la moral de los soldados es evidente, hasta el punto que se refieren a la región como ‘el infierno caucano’. Para todo el mundo está claro que las FARC han hecho del Cauca su nueva Marquetalia.”[4]

Pero la insurgencia ha logrado combinar hábilmente estos pequeños destacamentos guerrilleros (las Unidades Tácticas de Combate) conocedores del terreno y que cuentan con la confianza de un sector importante de la población, para enfrentar fuerzas concentradas muy superiores[5]. Como lo relata un reportaje de Semana, describiendo un combate en Toribío: 


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